La muchacha estaba triste y duramente dolida en su interior, en su orgullo, en su ser, por aquellos que con motivo injustificado osaban tratarla de diferente manera, discriminarla, de forma cruel y descorazonadora. Desafortunadamente, aquellas personas que diferencian, entre unos y otros, no es más que por descontento propio. Se dan cuenta de muchos de sus defectos, y desean que otros paguen por ello.
Por ser diferentes al resto. Aunque en verdad nadie es igual, todos poseemos rasgos y características propias mediante las cuales se es capaz de identificarnos. Estas
situaciones pueden y deben cambiar pronto.
Las lágrimas comenzaron a inundarle los oscuros ojos, llevóse las manos a la cara, justo cuando aquellas comenzaron a resbalarle por sus rosadas mejillas. No deseaba seguir allí, sus agresores la atacaban verbalmente de manera despiadada.
Se dio la vuelta sollozando y huyó donde no pudieran volver a herirla. Acurrucada en una esquina pasó el rato llorando. Después de aquello, su carácter empezó a cambiar, su gracia se manchó de oscuridad y desolación, la pobre muchacha no volvió a ser la misma. Los insultos, los abusos y la soledad hicieron que ella buscara una persona o animal sobre la que descargar su furia. Pronto sus padres empezaron a preguntarse por qué la perra cojeaba y por qué su hija casi no hablaba y comía. Esta situación no agradaría a una sola persona con un mínimo de cordura, esto no se desea. Debemos cambiarlo…
Levantó la cabeza y vio cómo delante suya aguardaban de pie varios chicos que enseguida le brindaron su amistad, que sin miramientos la incluyeron como a una
amiga. La alegría de sus rostros no podría haber sido medida ni calculada. Ahora la
felicidad era lo más destacable, se pudo cambiar. Se dejaron a un lado las diferencias, se aceptaron como rasgos especiales, propios y únicos.
¿Por qué no intentarlo para cambiar el mundo…?
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