A tu muerte, abuela
Aún no lo he sentido, pero lo anhelo, lo echo de menos.
Es un deseo de mi cuerpo, mi mente y en especial de mi felicidad.
La veo acercarse, la oigo, la huelo. Y todo mi cuerpo responde a ello. Tiemblo, me estremezco de emoción. Pronto podré tocarla y entonces se cumplirá mi deseo.
Se acerca a mí. Estoy nerviosa. Todo lo que ha parecido una vida esperándola y ahora, de pronto, me da miedo. ¿Y si algo sale mal y no es como esperaba? Pero ella es perfecta. Tanto tiempo soñando con ella, y ahora la tengo a unos palmos de distancia.
Estoy nerviosa. De repente no quiero hacerlo. Pero ella ya está aquí. Sus manos me tocan, y entonces todo mi miedo se disipa. Mi cuerpo deja de temblar. Me acaricia la cara. Sus ropas, cabellos y ojos negros me confunden y me pierdo en ellos.
Va a hacerlo. Se inclina sobre mí, sobre mi figura inmóvil, sentada; y veo toda mi vida pasar frente a mis ojos.
Me besa en la frente. Hay un fogonazo de luz y abandono mi cuerpo. Siento que floto y me elevo. Ella me coge de la mano y subimos cada vez más deprisa. El sol me ciega los ojos. Quiero darme la vuelta y observar mi cuerpo abandonado, solo. Pero me siento joven y feliz. Ahora dejo atrás no solo el cuerpo, sino el pasado y mi nombre, la razón de mi vida; pues, de la mano de la muerte, solo me llevo una cosa hacia mi nueva felicidad. El recuerdo.
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