Días amoratados

Días amoratados

Estoy escondida en un rincón de mi habitación, asomada a mi pequeña ventana. Desde allí observo la situación. Ella llora, grita y pide auxilio. Él continúa su labor. Tras un golpe ella lanza un grito. Tras cada grito, esboza una lágrima. Pero calla, aguanta, porque le quiere con toda su alma. Tras el aporreo, un beso, un abrazo y un "No volverá a pasar". Sufre y guarda silencio. Guarda para ella su espantosa realidad. Su cuerpo entumecido y tatuado con marcas de crueldad se levanta despacio, dolorido y trata por todos los medios olvidar lo que acaba de pasar. Entonces, me dispongo a cenar con la macabra imagen en mi retina.
La curiosidad me invita a volver a asomarme y veo a ambos cónyuges frente al televisor interesados especialmente en una noticia: alguien cuenta cómo un joven acabó con la vida de su pareja. Entonces, coge el mando bruscamente y apaga el televisor. Se levanta unos segundos después y se va a la cama. Ella piensa y dormita en el salón.
Pasan los días y, consecutivamente, se comete la diaria bestialidad.Oigo cada vez gritar más alto, cada vez golpear más fuerte. Cada vez es más atroz y cada vez más le duele. Ella llora, grita, se desgañita, pero él calla su voz con terribles golpes certeros.
Esconde su cuerpo con un jersey de cuello alto, pantalones largos y un chaquetón largo y discreto. Esconde su cuerpo porque está horriblemente adornado con cardenales y arañazos. Su sonrisa, aquella sonrisa que se había borrado por el asentamiento del dolor, parecía no volver a resurgir.  Sufre cada día más y vive cada día menos y decide romper el silencio en ese mismo instante. Y aquí está, en el banquillo. Cuenta, narra, explica su realidad porque gracias a ello ahora sí es un "No volverá a pasar".