Un acto de arrepentimiento


Pensaron en burlarse de él, en atacarle con preguntas que le hicieran sentirse mal, en criticarlo, en reírse de su aspecto, en discriminarlo sin piedad. No pertenecía a ese lugar, no se había criado en él. Tenía la piel oscura y hablaba con cierto acento en la voz y la pronunciación. Parecían disfrutar haciéndole sufrir ante todo el mundo, de criticarle y evitar que el muchacho se sintiera cómodo, que quisiera marcharse, que quisiera comenzar de cero en otro lugar donde le aceptaran. Jugaba solo, almorzaba solo, se sentaba solo y estaba triste, asolado por la soledad y la pena. La compañía le abordaba cuando comenzaban nuevamente a insultarle. Pensaron que no era igual, que jamás le dirigirían una sola palabra amable. Lo esperaron en la puerta. Pensaron agredirle verbalmente, pero jamás lograron volver a hacerlo. Él apareció, sonriendo y hablando entretenidamente en medio de un grupo de gente que lo apreciaba, que disfrutaba de su compañía, que lo aceptaba. Se quedaron quietos mirándole, conmocionados y sorprendidos, no creían que eso hubiera podido pasar. Pensaron, y en el fondo se sintieron mal, avergonzados. Poco a poco fueron muchos los que rompieron el silencio, y arrepentidos se acercaron con la boca a rebosar de frases de perdón, de disculpa y de comprensión, una comprensión hacia lo mal que se habían comportado, hacia lo mal que le hicieron sentirse, la empatía los sobrecogió. Pensaron en firmar amistades, en entablar conversaciones de amistad. Pensaron y actuaron, la consecuencia de sus actos fue correcta desde el punto de vista de la convivencia. Pensaron en lo que podrían hacer…